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Sep 12, 2016

Por la Espiral

*Claudia Luna Palencia

Aniversario del terror. Quince años de aquel fatídico día, de la mañana de negro porvenir que en el amanecer americano pilló a la mayoría  de las personas trasladándose hacia sus respectivos trabajos, a los centros educativos y a otras distintas actividades. 

Me pregunto si como humanidad  somos mejores hoy en día que exante los atentados del martes 11 de septiembre de 2001. Reflexiono si el maldito parteaguas nos ha dejado algo positivo, si de la amarga experiencia hemos logrado renacer de nuestras cenizas.

Estos últimos días -de manera entendible- los medios de comunicación han transmitido sendos reportajes enfocados fundamentalmente en cómo  ha sido trastocada para siempre la vida de millones de  personas que habitan en Nueva York; gente de todas partes del mundo.

De acuerdo con los testimonios transmitidos, la gran manzana logró recuperar su ritmo frenético, mucha gente se fue hacia otras partes  (obvio llegó otra nueva) pero la sensación de inseguridad no se ha disipado  ese extraño feeling de vulnerabilidad el saber que puede volver a pasar otra vez…  en cualquier momento.

No hace falta que el presidente Barack Obama  reitere las amenazas en ciernes sobre de la Unión Americana, en la actualidad no nada más los neoyorquinos se voltean a ver las espaldas y se suben al metro dándole una repasada con la mirada a todas las personas con maletas y cara de malotes.

Me atrevo a decir que todos estamos tan expuestos al terrorismo como los neoyorquinos porque la vulnerabilidad en la pequeña gran aldea global es real y creciente. Ya no es cuestión de que el mandatario de Rusia, Israel o el de Corea del Norte aprieten el botón es que una célula terrorista vuele una central nuclear como las propias agencias de espionaje vienen alertando.

            Lo que ha cambiado en todos estos años es la forma de  valorar nuestra inseguridad, el papel etnocéntrico que como individuos jugamos en todo esto así como la interpretación que tenemos de los atentados que acontecen en Occidente en diferencia a los acontecidos en el resto del mundo.

            Lo primero, los meses siguientes al 11-s el turismo global se resintió sobre todo en Estados Unidos, decayó gravemente la confianza de los  potenciales pasajeros tanto en American Airlines como en Continental Airlines, las dos aerolíneas cuyos aviones se usaron como torpedos aéreos para derribar a las Torres Gemelas.

            De hecho, American Airlines llegó a vender sus boletos por un dólar para viajes internos en territorio estadounidense, el miedo a volar fue vencido con lentitud pero finalmente la gente se resignó  si no qué otra cosa quedaba, ¿regresar al pasado?

            Ha sido lamentablemente a pulso de ver cómo el terrorismo radicalizado va apoderándose del mapamundi que el viajero ya se acostumbró a tomar decisiones so pena del riesgo intrínseco de saber que este espectro puede hacer acto de presencia lo mismo en París que en Kabul; en Manila que en Berlín.

            No hay un punto de inflexión en la materia y es repito porque al final tantas calamidades nos han hecho acostumbrarnos a éstas pero no a encerrarnos en el ostracismo o a renunciar a nuestra libertad.

            Segundo,  la cainita interpretación de los hechos, su valoración es como si fuésemos seres humanos de primera y de segunda; nos condolemos inmediatamente cuando se ataca la cuna de Rousseau, colocamos banderitas en las redes sociales y retóricas condenatorias. Pero si pasa en Afganistán o Irak que además allá es cosa de todos los días, ignoramos los hechos como  si fuera otra realidad totalmente distinta a la nuestra.

A COLACIÓN

            Tres quinquenios han transcurrido y no somos  mejores ni estamos más seguros ni somos menos vulnerables ni Osama Bin Laden era el único demonio más bien, como lo han confirmado recientemente parte de los informes desclasificados de Inteligencia, la invasión de Irak perpetrada por el presidente George W. Bush fue un error táctico. Él abrió la caja de Pandora y dejó salir a todos los monstruos a tal punto que Al Qaeda es ya el mal menor.

            La respuesta perpetrada por Bush hijo al magno ataque terrorista debió de contar con un tribunal internacional para juzgar por crímenes contra la Humanidad a los terroristas a los que se les dio muerte; a los cabecillas del festival del horror.

            No obstante, cuando Bush anunció flanqueado por Colin Powell, entonces secretario de Estado que el ejército estadounidense iría en coalición con otros aliados de la OTAN para bombardear Afganistán muchos intuíamos, lo escribimos y lo manifestamos abiertamente (yo escribí el libro La Política del Miedo) que en realidad Bush, los Bush, irían a por Saddam Hussein reconvertido Estados Unidos en el policía del mundo.

            Si la desintegración de la URSS y la caída del Muro de Berlín  significaron el fin de la Guerra Fría, el parteaguas del 11-s y  su gestión  nos han metido a todos en el camino de una tercera  gran conflagración mundial debido al desequilibrio de fuerzas en Medio Oriente y la intensa lucha por el poder entre distintos grupos musulmanes. Vamos a peor.