18 de April de 2024
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Prohibiciones, derechos y necedades

Sep 25, 2020

El Paso del Chapulín

Por Sergio Ricardo Hernández Mancilla *

Twitter: @SergioRicardoHM

 

Esta ocasión decidí dedicar el espacio para compartir tres dudas y frustraciones genuinas que me hicieron pensar durante los últimos meses y que no publiqué en su momento porque me ganó el chisme y la coyuntura.

La primera: la resistencia al etiquetado a los alimentos procesados.

Hace unos días, procrastinando en internet, terminé inmiscuido en algunos grupos de ciudadanos que se oponen tajantemente al nuevo etiquetado en alimentos.

Encontré un sinfín de argumentos: que es alarmista; que no va a servir de nada; que lo que se necesita es educar a la sociedad; que cada quién es responsable de lo que come; que el gobierno tiene que intervenir para que haya más comida sana y accesible en el mercado.

Sí. ¿Y luego? No son excluyentes. No tiene que ser uno u otro.

Es entendible que a los grandes productores y distribuidores de la industria alimenticia les haya preocupado por las pérdidas económicas que les pueda representar. Ya hicieron su lucha y cabildearon lo que pudieron.

Mi duda sigue siendo, ¿en qué le afecta a un ciudadano común y corriente tener un etiquetado en los productos industriales? ¿Por qué la molestia?

No se está prohibiendo el consumo, no se están subiendo los precios, ni se está limitando la distribución. Al contrario, se está dando más información para consumir de manera un poco más consciente e informada.

Vaya, es como si un mesero te dijera que le escupió a tu comida y te enojaras más porque te lo advirtió que por haberlo hecho.

Me cae que no entiendo.

La segunda: cuando se aprobó en el Congreso de Oaxaca la ley que prohíbe la venta de productos chatarra a menores de edad, llegaron las resistencias naturales, principalmente gremios empresariales, industriales y comerciales que vieron un riesgo en la economía. Me parece lo más natural.

Pero encontré también a un grupo de ciudadanos – aparentemente ajenos a la industria- sumarse a una especie de campaña para echar abajo la nueva normatividad.

Vi incluso una campaña fundamentada en la libertad de los ciudadanos para decidir qué comer y qué no, algo así como #ProhibidoProhibir. He de decir que tengo fuertes sospechas de que fue una campaña fondeada y promovida por la propia industria, que mañosamente dejó de lado un factor bien importante: no se trata de una ley prohibitiva, sino restrictiva.

Hay que dejarlo claro, porque no es lo mismo.

En Oaxaca un niño puede comerse una bolsa gigante de sabritones frente a un policía sin problema alguno, pero no puede comprarlo en la escuela con el dinero que sus papás le dieron para el lunch. No es un atentado a la libertad ni se viola ningún derecho, no hay que darle tantas vueltas.

Parece una política razonable en tanto un niño no es plenamente consciente de las consecuencias que tiene para su salud y, se supone, un adulto sí debería serlo.

Además de la postura libertaria, los demás argumentos eran similares a los del etiquetado: que no resuelve el problema de fondo; que es mejor hacer campañas de concientización -esas que tantos problemas han resuelto; que se requiere una política integral de salud, etcétera.

Nuevamente: Sí a todo. Pero tampoco son excluyentes ni veo cómo la restricción puede considerarse más negativa que positiva. En uno de los estados con los niveles más altos de desnutrición infantil, ¿cómo oponerse a una ley orientada a combatir el consumo de comida chatarra? ¿Es tanto más importante el factor económico que el de salud?

Quizá cuando dejemos de ser el primer lugar mundial en obesidad infantil podamos reconsiderarlo.

No vaya a resultar que en el fondo es un enojo por ya no poder mandar a nuestros hijos a comprar la botana.

Y para finalizar, ya entrados en temas de derechos, responsabilidades y oposiciones sin sentido: las telarañas de López Gattel.

Todos hemos visto la incomodísima postura del subsecretario cuando tiene que dictar las medidas de salud que los mexicanos debemos asumir en la pandemia, pero que su jefe se rehúsa a acatar. Está constantemente entre la espada y la pared.

La muestra más clara, el uso de cubrebocas.

Cuando ya no tuvo de otra y se vio obligado a decir públicamente que sí recomienda el uso de cubrebocas, lo dijo de la manera más compleja posible:

“Es una medida auxiliar que complementa al lavado de manos, con agua y jabón preferentemente, al alcohol-gel, complementa la sana distancia, complementa la protección del estornudo con el ángulo del codo, complementa quedarse en casa cuando se está con síntomas. Estas medidas, en conjunto con el cobrebocas, como lo señaló la OMS, pueden ayudar a lograr disminuir la transmisión.”

Cuánto eufemismo para no decir: ¡Usen el chingado cubrebocas!

Me imagino al agente de tránsito López Gattel diciéndome amablemente: use el cinturón de seguridad porque es recomendable como una medida auxiliar en la prevención para cierto tipo de accidentes automovilísticos, que pudiera ser una medida coadyuvante que complemente la de manejar a menos de 80 kilómetros por hora, complementaria a no manejar después de beber alcohol, a usar los espejos de manera correcta, complementaria también a tener el auto en buen estado y con los servicios al corriente y a no usar el celular mientras manejamos, con lo cual, en conjunto, pudiera ser una medida preventiva que ayude a disminuir las probabilidades de resultados fatales en caso de que un automóvil se viera afectado por un siniestro.

Así de ridículo se escucha.

Una de las causas de la resistencia ciudadana para acatar las leyes y seguir las políticas públicas es la mala comunicación de la autoridad. “La ley que no es clara no es ley”, dicen algunos abogados. Gattel lo entendió bien cuando nos pidió hasta el cansancio que nos quedáramos en casa, y ni así se logró el objetivo.

Ahora, con tanto rollo para explicar el papel del cubrebocas, ¿de verdad esperaba un resultado diferente? Como dice el clásico: estás viendo y no ves.

En tiempos de crisis no hay nada más valioso para la ciudadanía como la claridad en la comunicación.

Qué ganas de complicarse y complicarnos, todo para que una persona pueda seguir neceando.

No está el horno para bollos.

El paso del chapulín.

Cómo habrá estado la situación en el INDEP (Instituto para Devolverle al Pueblo lo Robado) que Jaime Cárdenas no aguantó ni 4 meses al frente. Resulta que en el Robin Hood del gobierno también hay contratos chuecos, amañados, y hasta le han dado una buenas pellizcadas a las joyas robadas, rescatadas y vueltas a robar.

Qué raro, si ya no se tolera la corrupción.

Tal vez deberían crear el INDEPRINDEP, Instituto para Devolver lo Robado al Instituto para Devolver al Pueblo lo Robado, y asunto resuelto.

(*) Politólogo y consultor político. Socio de El Instituto, Comunicación Estratégica. Desde hace 10 años ha asesorado a gobiernos, partidos y candidatos en América Latina.

 

 

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