19 de April de 2024
El compromiso de la democracia
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El compromiso de la democracia

May 2, 2016

OPINIÓN

*CLAUDIA LUNA PALENCIA

Francamente entronizarse en el poder debería ser un crimen de lesa humanidad, sobre todo porque en determinado momento del camino la persona que gobierna llega a perder la noción de las necesidades socioeconómicas de sus gobernados, de hecho, muchos se convierten en tiranos.
Cuando una persona pasa demasiado tiempo atornillada al control de mando  no es más que la revelación de una personalidad autocrática oculta y envanecida por un cierto halo de predestinación mesiánica.
Recordarán, amigos lectores, aquella frase histórica de Luis XIV «el Estado soy yo» fiel reflejo del despotismo ilustrado,  la máxima del poder omnímodo y obtuso que en su momento provocó además una respuesta violenta de parte del pueblo, de los subordinados.
Pero si la monarquía hoy en día no es más la amenaza en ciernes para perdurar en el poder, deberíamos cuestionarnos qué le falla a la manivela de la  democracia, que bajo su rotación se camuflan dictadorcillos de nueva cepa.
La coladera en muchos casos es un sistema electoral y constitucional que acepta la reelección lo que implica que en países con una menor propensión hacia la democracia y la participación ciudadana se convierta en el camino más fácil para perpetuarse en el Gobierno.
¿Se  han preguntado por qué en países como Estados Unidos los presidentes aunque tienen un régimen presidencialista por cuatro años con posibilidad para reelegirse no duran más allá de un segundo mandato?
Mi primera respuesta es porque no se trata de una democracia simulada sino funcional y real; y porque se han cocinado los ingredientes perfectos comenzando por todo tipo de enmiendas jurídico-constitucionales para evitar  el asalto al poder.
Y por encima de todo eso yo pondría sobre de la mesa la convicción de votantes y votados por preservar el marco en pro de la libertad gubernamental, del respeto  a decidir; del derecho y obligación cívica que te proporciona acudir a las urnas y cruzar una boleta.
Es cierto que en Estados Unidos han acontecido una serie de interesantes reformas para delimitar la temporalidad del mandato de quien resulta elegido porque también la Unión Americana tiene sus casos sui generis como el de Ulysses S. Grant quien intentó la reelección por un tercer periodo en 1880 o el de Franklin D. Roosevelt, el mandatario que en tiempos extraordinarios por la fragilidad de la paz global y la Segunda Guerra Mundial resultó electo por cuatro periodos consecutivos (16 años). No completó el cuarto dado que falleció en abril de 1945.
Pero con la piel muy sensible respecto al tema del ejercicio de la libertad y la tesitura de la democracia, en Estados Unidos después de Roosevelt, llevaron a cabo una serie de reformas que dieron como resultado la adopción de la Vigesimosegunda Enmienda (1951).
«Se  prohíbe a cualquier persona elegida para la Presidencia, y que ha servido como presidente, ser reelegida más de una vez y si ha actuado como presidente interino durante más de dos años del mandato no vencido de su precursor, ser elegida más de una vez.»
No obstante cada país es fiel reflejo de su espíritu indómito -y de sus múltiples demonios- en España, por ejemplo, existe la reelección indefinida y consecutiva del presidente; en México, después del Porfiriato, el pellejo político-electoral quedó altamente sensible y «el sufragio efectivo no reelección» es quizá el mayor de los legados democráticos aunque nunca faltan vampiros políticos que se lo quieran beber al calor de reformar la Constitución con la mayoría de su lado.
A COLACIÓN
En América Latina, en el tramo de la última mitad del siglo pasado, Cuba desde que Fidel Castro asaltó el poder en 1959 hasta la fecha en que como si fuera suyo de su propiedad se lo pasó de manos a su hermano Raúl -en 2006- la isla no ha conocido a ningún otro gobernante. Los cubanos por varias generaciones ignoran lo que es la libertad de votar, de elegir, de manifestar su ira o aprobación en unas urnas.
No saben disentir más que aguantar a que el paso de los años venza con la edad al dictador en ciernes que luego además le cede la estafeta al hermano cuando no en otros casos a la esposa, al  amante o al hijo.
¿Qué enfermedad padece América Latina para aguantar esto? Evo Morales lleva gobernando Bolivia desde el 22 de enero de 2006 y seguirá hasta el 2020 (y ya veremos llegada la fecha in situ qué pasará); en Venezuela, el finado presidente Hugo Chávez asumió el poder en 1999 hasta su muerte en 2013 pero el golpista se encargó de «heredar» sus miserias dictatoriales antiimperialistas a Nicolás Maduro.
Si Cuba por décadas nos ha recordado los excesos del poder, Venezuela es la fábula de un cuento de terror: no sólo tiene un Estado fallido sino una economía gravísimamente destruida y un tejido social desintegrado. Venezuela es el espejo sobre del que nunca deberíamos reflejarnos.